25 de noviembre de 17

Los Humildes Ganan

Isa’as 37:1-38

Introducci—n

 

El pasaje que tenemos ahora, viene de una historia antigua, pero es muy relevante a nuestras vidas.  Habla de Ezequ’as, un rey bueno, un hombre creyente que hizo muchas reformas, siguiendo la palabra de Dios, pero tambiŽn cometi— sus errores.

 

Ese rey conoc’a a Isa’as toda su vida, Isa’as era profeta durante el reinado de su abuelo, y tambiŽn durante la vida de su padre, el malvado Acaz.

 

Pero Ezequ’as, tampoco segu’a el buen consejo de Isa’as siempre, sino que se formaba alianzas con Egipto y otros, buscando su protecci—n en la pol’tica de su tiempo.

 

Como muchos Cristianos, por sus errores, tenia que humillar se y venir a Dios en arrepentimiento y en desesperaci—n.

 

1)  Aconteci—, pues, que cuando el rey Ezequ’as oy— esto, rasg— sus vestidos, y cubierto de cilicio vino a la casa de Jehov‡.

 

Se escuch—, las amenazas del rey Senaquerib que mand— su siervo para ordenar Ezequ’as a rendir se ya, comprobando que no tenia las fuerzas adecuadas para resistir.

 

Pero comunicando todo esto, se blasfemaba, horriblemente el Dios tres veces santo.

 

2) Y envi— a Eliaquim mayordomo, a Sebna escriba y a los ancianos de los sacerdotes, cubiertos de cilicio, al profeta Isa’as hijo de Amoz.

 

Estaban cubierto de cilicio por dos razones.  Eran horrorizados por escuchar las blasfemias de estos paganos, en contra de Jehov‡, y tambiŽn porque sab’an que el reinado de Ezequ’as era parcialmente responsable, habiendo ignorado las palabras del profeta Isa’as en el pasado.

 

3) Los cuales le dijeron: As’ ha dicho Ezequ’as: D’a de angustia, de reprensi—n y de blasfemia es este d’a; porque los hijos han llegado hasta el punto de nacer, y la que da a luz no tiene fuerzas.

 

Ezequ’as sabia que era muy dŽbil, derrotado en tŽrminos de su ejercito.  Por esto vimos como se burlaban de Žl la semana pasada.

Isa’as 36:8    Ahora, pues, yo te ruego que des rehenes al

rey de Asiria mi se–or, y yo te darŽ dos mil caballos, si tś puedes dar jinetes que cabalguen sobre ellos.

 

Era como una broma, aun con caballos y con armas, Ezequ’as ya no tenia hombres adecuados para formar un ejercito.  Solamente tenia su fe, y su Dios.

 

Y a veces hermano, tu y yo podemos encontrarnos en una circunstancia semejante.

 

4) Quiz‡ oir‡ Jehov‡ tu Dios las palabras del Rabsaces, al cual el rey de Asiria su se–or envi— para blasfemar al Dios vivo, y para vituperar con las palabras que oy— Jehov‡ tu Dios; eleva, pues, oraci—n tś por el remanente que aśn ha quedado.

Vienen ya a Isa’as, pero con una postura muy humilde.  Y esto es gran parte de su fuerza ahora, porque los que conocen las escrituras, saben muy bien, que los humildes ganan.

 

5-6) Vinieron, pues, los siervos de Ezequ’as a Isa’as.

Y les dijo Isa’as: DirŽis as’ a vuestro se–or: As’ ha dicho Jehov‡: No temas por las palabras que has o’do, con las cuales me han blasfemado los siervos del rey de Asiria.

 

El profeta empieza con el mandato mas comśn para los hermanos de la fe, ŇNo temasÓ.

 

Viendo que Dios estaba con ellos, Ŕquien contra ellos?

 

Isa’as, va a hablar para Dios, no va a dar nada que sea de su propia opini—n.  Va a anuncia cosas que pasar‡n en el futuro.

 

Y el profeta verdadero siempre es correcto.  Con un solo error en sus profec’as, seria descalificado, y posiblemente pudiera perder su vida.

 

Deuteronomio 18:20-22     El profeta que tuviere la

presunci—n de hablar palabra en mi nombre, a quien yo no le haya mandado hablar, o que hablare en nombre de dioses ajenos, el tal profeta morir‡.

 

Y si dijeres en tu coraz—n: ŔC—mo conoceremos la palabra que Jehov‡ no ha hablado?; si el profeta hablare en nombre de Jehov‡, y no se cumpliere lo que dijo, ni aconteciere, es palabra que Jehov‡ no ha hablado; con presunci—n la habl— el tal profeta; no tengas temor de Žl.

 

Ahora, Dios hablando, por medio de Isa’as.

 

7) He aqu’ que yo pondrŽ en Žl un esp’ritu, y oir‡ un rumor, y volver‡ a su tierra; y harŽ que en su tierra perezca a espada.

 

El rey de asiria, ya no era una amenaza, en realidad.

 

8-9) Vuelto, pues, el Rabsaces, hall— al rey de Asiria que combat’a contra Libna; porque ya hab’a o’do que se hab’a apartado de Laquis.  Mas oyendo decir de Tirhaca rey de Etiop’a: He aqu’ que ha salido para hacerte guerra; al o’rlo, envi— embajadores a Ezequ’as, diciendo:

 

Aunque Ezequ’as sabia por boca del profeta que estaba seguro ya, el enemigo va a continuar sus amenazas.

 

Algo semejante puede pasar contigo.  A veces tu tienes la promesa de Dios, y est‡s tratando de confiar en ella, pero viene el maligno con aun mas intimidaciones.

 

10) As’ dirŽis a Ezequ’as rey de Jud‡: No te enga–e tu Dios en quien tś conf’as, diciendo: JerusalŽn no ser‡ entregada en mano del rey de Asiria.

 

El rey de Asiria, era aun mas directo que el general, que Žl mand— en el capitulo anterior.

 

B‡sicamente ese demoniaco estaba diciendo, Ňtu Dios no es nada, es completamente sin poderÓ.

 

11) He aqu’ que tś o’ste lo que han hecho los reyes de Asiria a todas las tierras, que las destruyeron; Ŕy escapar‡s tś?

 

Es cierto que otros pueblos han sido destruidos, pero nosotros no somos como otros pueblos.

 

12) ŔAcaso libraron sus dioses a las naciones que destruyeron mis antepasados, a Goz‡n, Har‡n, Resef y a los hijos de EdŽn que moraban en Telasar?

 

Todas esta son evidencias o pruebas para comprobar su conclusi—n.  Pero la conclusi—n no es racional, porque estos pueblos no ten’an la protecci—n del Dios verdadero.

 

13) ŔD—nde est‡ el rey de Hamat, el rey de Arfad, y el rey de la ciudad de Sefarvaim, de Hena y de Iva?

 

Son las mismas amenazas, sat‡nicas, que vimos la semana pasada.  Pero esta vez vienen directamente del rey de Asiria, por medio de unas cartas.

 

14) Y tom— Ezequ’as las cartas de mano de los embajadores, y las ley—; y subi— a la casa de Jehov‡, y las extendi— delante de Jehov‡.

 

Ahora no va a Isa’as, no es necesario. Ezequ’as, como tu o como yo, se fue a la casa de Dios, para confirmar su fe.

 

Iba a orar.  Y empezando su oraci—n, se puede ver le, predicando a si mismo, considerando la naturaleza y el poder del Dios que estaba sirviendo.

 

15-16) Entonces Ezequ’as or— a Jehov‡, diciendo:

Jehov‡ de los ejŽrcitos, Dios de Israel, que moras entre los querubines, s—lo tś eres Dios de todos los reinos de la tierra; tś hiciste los cielos y la tierra.

 

Meditando en estos atributos de Dios, pudo concluir que las evidencias del rey de Asiria, de sus victorias del pasado eran totalmente irrelevantes.

 

Es cierto que ha aplastado, otros pueblos.  Es cierto que ha arruinado unos pueblos alrededor de JerusalŽn. Ezequ’as ya ha sufrido perdidas.  Pero no importa.  Tenia la promesa confiable de que Dios iba a proteger lo.

 

17) Inclina, oh Jehov‡, tu o’do, y oye; abre, oh Jehov‡, tus ojos, y mira; y oye todas las palabras de Senaquerib, que ha enviado a blasfemar al Dios viviente.

 

Veremos algo poderoso en las oraciones del rey Ezequ’as, que a veces est‡ ausente en nuestras oraciones.  Estas oraciones piden por la honra, la gloria, el respeto por el nombre del Se–or.  No son simplemente por las necesidades del orador.  Muchos de nosotros equivocamos en esto.

18) Ciertamente, oh Jehov‡, los reyes de Asiria destruyeron todas las tierras y sus comarcas, y entregaron los dioses de ellos al fuego; porque no eran dioses, sino obra de manos de hombre, madera y piedra; por eso los destruyeron.

 

Se reconoce que parte de lo que dijo el maligno era cierto.  El rey de Asiria s’ era exitoso en la destrucci—n de otros pueblos.  Pero ahora es diferente.

 

20) Ahora pues, Jehov‡ Dios nuestro, l’branos de su mano, para que todos los reinos de la tierra conozcan que s—lo tś eres Jehov‡.

 

El punto clave era la gloria, la reputaci—n de Dios.  El futuro del reinado de Ezequ’as era lo de menos.  Esto es la humildad.  Y ya sabemos que los humildes ganan.

 

21) Entonces Isa’as hijo de Amoz envi— a decir a Ezequ’as: As’ ha dicho Jehov‡ Dios de Israel: Acerca de lo que me rogaste sobre Senaquerib rey de Asiria,

 

Esta vez ni se fueron a Isa’as, pero Dios mand— su mensaje por medio de su profeta, ense–ando a nosotros tambiŽn a confiar en la palabra que tenemos.

 

21-22) Entonces Isa’as hijo de Amoz envi— a decir a Ezequ’as: As’ ha dicho Jehov‡ Dios de Israel: Acerca de lo que me rogaste sobre Senaquerib rey de Asiria,  estas son las palabras que Jehov‡ habl— contra Žl: La virgen hija de Sion te menosprecia, te escarnece; detr‡s de ti mueve su cabeza la hija de JerusalŽn.

 

Ahora, el pueblo de Jud‡ pudo responder con desaf’o, a su enemigo feroz.

 

23) ŔA quiŽn vituperaste, y a quiŽn blasfemaste? ŔContra quiŽn has alzado tu voz, y levantado tus ojos en alto? Contra el Santo de Israel.

 

Cuando se atacan a la gente del Dios verdadero, es como atacar a Dios mismo.  Vimos esto en el nuevo testamento cuando Saulo, Pablo antes de su conversi—n, atacaba a las iglesias Cristo dijoÉ

 

Hechos 9:3-4   Mas yendo por el camino, aconteci— que al

llegar cerca de Damasco, repentinamente le rode— un resplandor de luz del cielo; y cayendo en tierra, oy— una voz que le dec’a: Saulo, Saulo, Ŕpor quŽ me persigues?

Y cuando ayudes a un hermano de la fe, tambiŽn Cristo lo va a tomar muy personalmente.

 

Mateo 25:40    Y respondiendo el Rey, les dir‡: De cierto

os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos m‡s peque–os, a m’ lo hicisteis.

 

24) Por mano de tus siervos has vituperado al Se–or, y dijiste: Con la multitud de mis carros subirŽ a las alturas de los montes, a las laderas del L’bano; cortarŽ sus altos cedros, sus cipreses escogidos; llegarŽ hasta sus m‡s elevadas cumbres, al bosque de sus feraces campos.

 

Esto nos muestra los pensamientos, la arrogancia de Senaquerib, y sabiendo que los humildes ganan, es necesario concluir tambiŽn que los soberbios, se pierdan.

 

25) Yo cavŽ, y beb’ las aguas, y con las pisadas de mis pies secarŽ todos los r’os de Egipto.

 

Como Nabucodonosor mas tarde, este est‡ gloriando en lo que se cree sus grandes logros.

 

Pero no sabe que Dios le ha dado estos dominios, y solamente por un rato.

 

Ahora Dios va a responder.

 

26) ŔNo has o’do decir que desde tiempos antiguos yo lo hice, que desde los d’as de la antigźedad lo tengo ideado? Y ahora lo he hecho venir, y tś ser‡s para reducir las ciudades fortificadas a montones de escombros.

 

Dios ha usado a ese malvado, como martillo en su mano.  Pero ese rey confundido estaba tomando crŽdito, como que el martillo hizo la casa, y no el carpintero.

 

Su arrogancia era ya insoportable.

 

27) Sus moradores fueron de corto poder; fueron acobardados y confusos, fueron como hierba del campo y hortaliza verde, como heno de los terrados, que antes de saz—n se seca.

 

Todos los logros de Senaquerib eran obras de Dios, no de hombre, pero ese malvado estaba levantando a si mismo, como Herodes, antes de estar consumido de gusanos.

 

 

Otra vez, Dios hablando.

 

28) He conocido tu condici—n, tu salida y tu entrada, y tu furor contra m’.

 

Esto es una amenaza de Dios.  Como los mafiosos, o los carteles, que dicen ŇYo conozco a donde vives, a donde tu hija asista a la escuela.Ó

 

Dios hablando otra vez.

29) Porque contra m’ te airaste, y tu arrogancia ha subido a mis o’dos; pondrŽ, pues, mi garfio en tu nariz, y mi freno en tus labios, y te harŽ volver por el camino por donde viniste.

 

Estos asirios eran muy crueles y brutales.  Pusieron anzuelos y anillos en la nariz o la lengua de sus victimas, para traerlos a otros lugar.  Pero ahora esto iba pasar con ese ŇgranÓ rey.

 

Ahora Dios hablar‡ a Ezequ’as.

 

30) Y esto te ser‡ por se–al: ComerŽis este a–o lo que nace de suyo, y el a–o segundo lo que nace de suyo; y el a–o tercero sembrarŽis y segarŽis, y plantarŽis vi–as, y comerŽis su fruto.

 

El rey Ezequ’as preocupaba por la comida de su pueblo, pero Dios dijo, todo esto ya era seguro.

 

31) Y lo que hubiere quedado de la casa de Jud‡ y lo que hubiere escapado, volver‡ a echar ra’z abajo, y dar‡ fruto arriba.

 

Esto es una promesa de prosperidad en el reino.

 

32) Porque de JerusalŽn saldr‡ un remanente, y del monte de Sion los que se salven. El celo de Jehov‡ de los ejŽrcitos har‡ esto.

 

Todo esto estaba sellado con una garant’a, el celo de Jehov‡.  Y hermano, tu tienes el mismo sello sobres las promesas que has recibido, del mismo Dios.

 

33) Por tanto, as’ dice Jehov‡ acerca del rey de Asiria: No entrar‡ en esta ciudad, ni arrojar‡ saeta en ella; no vendr‡ delante de ella con escudo, ni levantar‡ contra ella baluarte.

 

El asunto estaba decidido.  Es como cuando que Cristo prometi— a nosotros, ŇEdificarŽ mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecer‡n contra ellaÓ.

 

34-35) Por el camino que vino, volver‡, y no entrar‡ en esta ciudad, dice Jehov‡.  Porque yo ampararŽ a esta ciudad para salvarla, por amor de m’ mismo, y por amor de David mi siervo.

 

La oraci—n fue ofrecida pidiendo por la honra y la gloria de Dios, y por esto estaba contestada.  Dios dice Ňpor amor de m’ mismoÓ.

 

Orando as’, buscando primeramente reino de Dios y su justicia, como dice en el Padre Nuestro, mostramos nuestra humildad.  Y ya sabemos, los humildes ganan.  David

 

36) Y sali— el ‡ngel de Jehov‡ y mat— a ciento ochenta y cinco mil en el campamento de los asirios; y cuando se levantaron por la ma–ana, he aqu’ que todo era cuerpos de muertos.

 

Una vez soltando el poder de Dios, todo es muy f‡cil.

 

37) Entonces Senaquerib rey de Asiria se fue, e hizo su morada en N’nive.

 

Ese rey malvado se regres— derrotado.  Pero aunque vio el poder de Dios, como una persona arrogante, jam‡s iba a arrepentirse, sino que continuaba en su idolatr’a, confiando en la mentira.

 

38) Y aconteci— que mientras adoraba en el templo de Nisroc su dios, sus hijos Adramelec y Sarezer le mataron a espada, y huyeron a la tierra de Ararat; y rein— en su lugar Esar-had—n su hijo.

Esto era un juicio muy justo, hasta ir—nico.  Fue este rey que dijo a Ezequ’as que su Dios no era nada, que no tenia poder.

 

Pero en realidad era ese ’dolo Nisroc que no tenia nada de poder.  Para un gran rey, seria una vergźenza estar atacado y matado por su propia gente.  Pero este estaba matado por sus propios hijos.

 

As’ que este Ňgran reyÓ, ya estaba cubierto de vergźenza cuando llegaba a las puertas del infierno.  Los humildes ganan, en este universo del Dios Santo, y los orgullosos pierdan, horriblemente.

========================== Aplicaci—n =====================

El capitulo se habla para si mismo, pero solamente quiero hacer una sola aplicaci—n.

 

Los grandes de la Biblia eran poderosos en su oraci—n, y nosotros, a veces no tan poderosos.

 

Pero esto tiene sus razones.  Muchas veces llegamos a Dios solamente pidiendo por nuestros problemas personales.  Solamente estamos rogando por lo que afecta a nosotros.

 

Pero los grandes de las escrituras, oraban por el reino, y por la gloria de Dios.

 

Cristo trat— de ense–ar nos esto, con el padre nuestro, pero para muchos de nosotros es dif’ciles de recibir.

 

Mateo 6:9-10   Vosotros, pues, orarŽis as’: Padre nuestro

que est‡s en los cielos, santificado sea tu nombre.  Venga tu reino. H‡gase tu voluntad, como en el cielo, as’ tambiŽn en la tierra.

 

La oracion no empieza con nuestras necesidades, sino con la gloria del nombre de Dios, con su reino, con su voluntad.

 

Pero muchas veces no empezamos as’, en la oraci—n, sino que empezamos con nosotros mismos, mostrando que realmente no somos tan humildes.

 

En otro lugar, Cristo ense–aba el mismo, que es necesario poner el reino de Dios primero, antes de todo, si realmente queremos vivir en el poder.

Mateo 6:31-33  No os afanŽis, pues, diciendo: ŔQuŽ

comeremos, o quŽ beberemos, o quŽ vestiremos?

 

Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenŽis necesidad de todas estas cosas.

 

Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os ser‡n a–adidas.

 

ŔEstas viviendo para el reino de Dios y su justicia, antes que todo, o estas solamente viviendo por tus asuntos personales?  Si quieres aprender esa gran humildad, que puede producir el poder en tu vida, puedes pasar en unos momentos, y oraremos para ti.   Vamos a orar!